El cordero
que no muera niño
tampoco llegará a hombre
sino que vagará los campos crujientes
como capón.
A veces,
cuando el frío arañaba la cara,
el cuero colgaba del alambre
y la vieja carne
se volvía milanesas
negras como la tormenta,
llenas de limón fuerte y pimienta.
En el olor picante
y las caricias de mi hermana de leche
bajo la mesa
el seco animal nacía de nuevo.
Tibio, blanco cordero,
resucitado.
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