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Sábado

Luego de una larga fila
por fin llega La Diosa,
avisando
que los Sábados no son para dormir.
No la entendemos
en el ruido del local,
pero si la vemos jugar
como no lo hace en la semana
cuando sólo es una estudiante.
Nos avisa donde va a estar,
pide que llevemos amigos
que no fallemos esta vez.
Se va,
dejando un perfume que ahorca
y una alegría tibia
que recuerda que hay gente
que no trabaja los Sábados a la noche.


Jaulas


Podrían haber sido otra cosa,
pero el destino está marcado por el sustantivo:
Changos o carritos,
han sido condenados
a morir en el local.
A veces los niños
ignoran la sentencia
y los convierten en autos de carreras
o pequeños barcos.
Nosotros miramos mal,
los padres retan
y ya no hay juegos,
sólo jaulas.
Suelen andar en la noche,
llevan cartones
o actúan de tachos de basura.
No imagino un robo,

creo que escapan.

Inmortalidad (a V.R.R)

Hoy, voy a escribir sobre ella,
pese a que me lo ha prohibido
por considerarlo una forma de inmortalidad;
y ella siempre habla de morir.
Voy a escribir
como el viento de su furia
guarda la caricia de sus gemidos,
para que no se pierda en el sol
y duerma lentamente.
Voy a escribir que el café aún le sonríe,
las navajas aún le cantan,
para que no pueda morir
para que no pueda irse de mi lado,
para que sea
eterna.

E.W (Extinto en lo salvaje)

Llega y alegra el día,
la delatan los cascabeles de sus llaves.
La Andaluza recorre góndolas con calma,
algo que los clientes dejan en el locker.
A veces me dice lindo y trata de conversar.
Me cuenta que pertenece a una especie en extinción,
única, solitaria y aburrida.
Sonrío y la dejo ser,
pero no puedo seguirle el juego.
Siento que quiere,
como los otros españoles,
los primeros,
comerse a los nativos
luego de aparearse con ellos.

Babel


En una esquina,
sobre enormes cubos,
José arma torres de papel de cocina
para atraer a los clientes.
Trabaja con la concentración de un arquitecto,
con el placer de un niño,
no lo sabe pero en su interior
anhela llegar al cielo.
Apila torres circulares de papel,
pirámides de cajas de arroz,
muros de paquetes de galletas
iguales a la torre de los cuentos
igual de grandes, de frágiles.
Hasta la soberbia es la misma.

Orquídea


En esa época
vivía con otros tres
en una casa donde las cañerías
habían vencido y florecían
en cristales.
Vos venías cada tanto
para que consiguiera.
Yo te decía que lo llames
que él se come el mambo,
pero al final viene y pega.
No querías saber nada,
yo tranzaba con desconocidos,
después nos íbamos al patio
donde veíamos los edificios sin raíces
prendidos sobre los escombros, multiplicándose.
Después te fuiste,
los chicos dicen que eras una orquídea
alimentándose de un árbol podrido.
Yo prefiero pensar
que volaste cuando tiraron
las últimas casas
y las usaron de abono
para esos departamentos de vidrio
que ahora brotan en el barrio.

Cristal


Plantamos un vidrio
en el lavarropas viejo.
Era un retoño de las cañerías
que florecían
en las paredes de la casa.
No tardó en crecer.
En el parque
masticábamos sus ramas de humo frío
su flor de cristal roto,
y la autopista sin raíces,
apenas apoyada al suelo,
se volaba con el viento
como pasto seco.
Yo era el enfermero, el brujo,
la cartera.
Vos vivías brotada
masticando la planta imposible,
corrías por el barrio
y te seguía, con la correa,
menos lúcido y más asustado.
Al final, la planta se secó,
como los edificios
que nacen sobre las casas muertas
no tuvo donde afirmarse
y vos te fuiste.
Las nubes
me cuentan
que vos también te secaste
y andás por ahí,
todavía más estéril que la ruta.