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Zanzíbar

repongo
con brillantes sobres rojos
una hambrienta góndola.
un paquete se rompe
y la semilla que cae no vale nada.
la levanto, me llena su olor
y sus cicatrices me cuentan de otro tiempo.
en su interior se esconde Zanzíbar,
las civilizaciones, antiguas y sagradas
arrancadas del suelo como yuyos.
los miles que mataron y murieron por ella,
traficantes suicidas
que buscaban reinos de selva y oro.

¿cuánto está la nuez moscada?}
ocho treinta, señora

Hechizo

Soñé con vos,
la boca maquillada, aleteando,
rojo con rojo.
Me decidí a recordarte,
rojo con rojo,
en alguna parte de mi imaginación
nos tocábamos las bocas
con dedos llenos de polvo carmín
que robábamos de polillas fúnebres.
Alimenté a mi gato, me hice el almuerzo,
sangré y toqué mi sangre
rojo con rojo.
Me fui al trabajo,
me puse mi uniforme,
rojo con rojo,
y conté plata ajena,
mucha plata ajena.
En un billete, unos barcos se destrozan
a la vista de un prócer
rojo con rojo.
Volví a casa, y cené.
Me lamenté de no saber pintar,
tuve que ponerme a escribir
palabras en negro,
para así conjurar el hechizo
de tu recuerdo.

Un Espectro

Que queda tu sombra
ahora que trata de asustarme.
Componéte, niebla.
Tendremos que vivir juntos
aunque no queramos
y la vida nos sepa
a mirar dentro de un pozo ciego.
He pregonado que vivir es pasado,
que el futuro sólo sirve a la ideología.
En el dolor de probar un mundo,
desgarro la carne-niebla
antes de sentir el vidrio
que convierte la poesía en dolor.

Anoche

Noche no quería hablarte.
No quería relamerme con tu misterio multicolor,
preferí en cambio pozos ciegos, afilados,
en compañía de monstruos húmedos, monstruos nocturnos.
Me ahorré verdades monolíticas,
enseñadas por curas y profesores,
censores de diversa laya.
No me reí de la ironía
de la paz que te da el metal
y me escondí en la noche,
entre los escombros de una casa demolida
que imagina asedios pasados, imaginarios.
No sé qué fue de vos,
siempre queda la soberbia duda
de si las cosas existen cuando no les presto atención.

Chancleta (escritura rápida)

Se me rompió una chancleta.
Había sido un regalo,
y lo convertí en reliquia
con la que rezaba a un ángel hace mucho tiempo muerto.
En ella dormía la ilusión.
Mantenía vivo al pasado de humo,
mezcla de ilusión y sueños
que los demonios nos inventan
para que seamos extraños de nosotros mismo.
Ver el caucho negro, gastado,
me avisaba de los años desde su partida,
me recordaba que aún me acompañaba,
torpemente y en silencio, como siempre.
Se me rompió la chancleta, finalmente.
No queda otra que mirar hacia adelante.

Gran Medicina

El Chamán se lleva
los venenosos yuyos a la boca.
Sus verdes gargajos,
poderosos, fosforescentes,
brotan entre rezos, de su boca carcomida,
llenos de canto.
Se gasta las manos eléctricas,
la lengua azul,
la voz, tragando,
buscando la hierba medicinal
que calme por fin sus pasiones.
El recuerda a la cabra
que vive sólo de hierba y viento.
Sin nada más,
con nada menos.
Sabe que la Gran Medicina
ha sembrado la planta
que apague su hambre,
cure la enfermedad
derrote a la muerte.
El Chamán rumia
al lado de su cabra.
Ella, con la calma del que ha encontrado,
él, ávido, como todos los hombres
buscando un milagro.