Por la mañana,
Mauro repone las heladeras de Quilmes.
Pule las botellas
con un movimiento marcial
de su mano enguantada,
casi saludandolas.
Es veloz,
pero tiene la paz y el cuidado
de un anticuario acomodando
cerámica antigua.
Acaba,
cierra la puerta de la heladera
y las botellas gemelas quedan firmes
mirando al frente.
Por la tarde, la heladera estará casi vacía.
Es Viernes
y los estudiantes se llevarán esos carámbanos de vidrio
para digerir la noche.
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